19.5.10

Haití, donde el barro se come


josé Ignacio Moreno León

No hay dudas de que el fantasma del hambre es una de las más graves amenazas de la globalización contemporánea. Más de mil millones de personas padecen hambruna y 24 mil seres humanos mueren diariamente por inanición. La FAO señala que 200 millones de niños de cinco años están por debajo de su peso normal y que cada seis segundos muere un niño por hambre y causas relacionadas con el hambre.

Asia y el Pacífico acumulan las mayores cifras de hambrientos con más de 640 millones de seres humanos, le sigue África Subsahariana con 265 millones, siendo los países más afectados la República Democrática del Congo, Burundi, Eritrea, El Chad y Etiopía.

En nuestro continente, Latinoamérica y el Caribe, alojan la tercera población de víctimas del hambre a nivel mundial con 53 millones de personas. El drama del hambre, cual jinete apocalíptico, no es por lo visto un monopolio de países africanos. Es un fantasma maligno que se está expandiendo a nivel planetario. Haití es un ejemplo dramático de cómo esta tragedia también está presente en el continente americano.
Lo más insólito es que este drama de hambruna y miseria se vive en Haití apenas a hora y media de vuelo de la opulenta Miami y casi en las vecindades de las lujosas residencias, hoteles y otras facilidades turísticas de playa, de su compañera de isla, la República Dominicana.
Haití, en los albores del siglo XXI y en pleno auge de la globalización y la revolución tecnológica más profunda de la historia humana, por su extrema pobreza se ha visto en la necesidad de recurrir a la elaboración de galletas de barro, que identifican como "pica" para aliviar la hambruna que azota a ese pequeño país isleño y que tiende a profundizarse con la crisis global alimentaria.

La "pica" o galleta de barro seco amarillo, representa así un desesperado esfuerzo de la inmensa masa de pobres haitianos para paliar el hambre de unos seres humanos que, por su extrema pobreza y marginalidad, sólo pueden tener acceso a esa mezcla de barro, sal y grasa vegetal como todo lo que se pueden permitir como sustento, con todas las secuelas que de esa ingesta se derivan, en términos de desnutrición extrema, enfermedades intestinales y otros daños que puede causar esa mezcla en la que es posible encontrar parásitos y toxinas potencialmente mortales.

Estas galletas de barro o "arcilla comestible" se comercializa en los mercados marginados de Haití a precios que, al igual de los verdaderos alimentos, se han incrementado sensiblemente y las mismas están fuera del alcance de los haitianos más pobres.

Haití es el país más pobre del hemisferio y uno de los más pobres del mundo, con 80% de pobreza y con un índice de desempleo que superaba el 70%.

Los salarios son miserables para los pocos que tienen empleo y, pese a que el salario mínimo es de 1.80$ al día, según cifras del FMI, el 55% de los trabajadores reciben sólo 44 céntimos diarios, con lo que es imposible vivir, lo que explica las miserables condiciones de vida de una inmensa parte de la población de ese pobre país, cuyos habitantes se alojan en míseros ranchos de cartón y hojalata, sin agua corriente ni servicio eléctrico, y acechados por la insalubridad y enfermedades de todo tipo, incluyendo el VIH/SIDA, que representa la primera causa específica de mortalidad, seguido de las diarreas y la gastroenteritis infecciosa.

Las cifras de hambruna y miseria se han agravado en Haití a raíz del terrible terremoto que en enero de este año devastó ese país con una destrucción física y de vidas humanas que superó las 230 mil víctimas mortales, dejando a tres millones de personas sin vivienda y al 80 por ciento de la población de ese país, de nueve millones de habitantes, en condiciones de grave pobreza, por lo que organismos internacionales estiman que se van a requerir más de 11,500 millones de dólares para la reconstrucción del país y atender necesidades básicas de sus habitantes.

Pero el drama interno es tal, que para algunos se va a requerir someter a Haití a un protectorado multinacional para poder hacer efectivo ese esfuerzo de recuperación de la desolada nación antillana, ahora víctima de un desastre sísmico que provocó daños y pérdidas equivalentes a 120 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de ese país, correspondiente al 2009.

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