19.12.08

El tsunami silencioso

Hoy lo inquietante es la realidad que refleja la tapa de The Economist:

Su título habla de un tsunami silencioso. Algo inmenso y destructivo que está pasando y no estamos escuchando. El hambre generalizada amenaza ahora a gran parte de la población del planeta. La imagen catastrófica pertenece a Josette Sheeran (Directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas). Quiere describir una ola inflacionaria sobre los alimentos que se mueve cruzando el mundo con capacidad de destruir a poblaciones enteras, como un verdadero tsunami.

En este artículo aparecido en el diario El País, la economista italiana Loretta Napoleoni sostiene: “Las tres cuartas partes de la población mundial corren el riesgo de pasar hambre, no porque haya escasez, sino debido al coste de la vida… La crisis alimentaria es estructural porque está unida a la aplicación de los principios neoliberales en el sector agrario de los países en vías de desarrollo. De acuerdo con dichos principios, el mercado mundial es el mejor árbitro de la economía. Pero su mano invisible, como la definía Adam Smith, no es tan mágica como se creía.

En los últimos 20 años, mientras Europa y Estados Unidos protegían a sus agricultores, las economías emergentes y los países pobres han seguido los consejos neoliberales y han eliminado la intervención pública en el sector agrario. Estos cambios estructurales han destruido las economías locales y han creado las condiciones ideales para una agricultura ya no de autosuficiencia sino para la exportación. Ya no se produce para la economía nacional sino para la mundial y, según la ONU, los que deciden qué producir no son los gobiernos, sino las multinacionales de importaciones y exportaciones, de transformación y de distribución.

El ensayo general de la crisis actual se produjo en 2005 en Níger, una de las naciones más pobres del mundo. Pocos años antes, el Gobierno había liberalizado el mercado de los cereales, una medida que atrajo la atención de los grandes exportadores e importadores. Su llegada monopolizó el mercado y facilitó el nacimiento de empresas agrarias que producen exclusivamente para la exportación, a expensas del mercado local.

El país empezó a importar productos alimenticios y los precios subieron, mientras que los sueldos y el empleo no. En septiembre de 2005, tras una plaga de langosta y una grave sequía, se desató la crisis. La población no tenía suficiente dinero para comprar los productos importados que llenaban los estantes de los supermercados y, por consiguiente, empezó a morirse de hambre. Saltó la alarma internacional y empezaron a atracar las naves de ayuda en los puertos del río Níger mientras, paradójicamente, zarpaban otras con productos para la exportación. La crisis se atribuyó a las langostas y la sequía, pero no eran más que excusas: la producción agraria había descendido un mero 7,5% respecto al año anterior.

El verdadero problema era la desaparición de la agricultura local, que había hecho que el país dependiera de las importaciones.

Hoy, los biocombustibles y los especuladores son los chivos expiatorios de una crisis alimentaria mundial y estructural, cuyo origen está en que las economías emergentes y los países pobres dependen en exceso de las importaciones agroalimentarias. "El Estado, no el mercado, debe ser el responsable del bienestar de los ciudadanos, sobre todo en los países en vías de desarrollo", afirma Amartya Sen, premio Nobel de Economía.


La especulación financiera:

Señala el economista político holandés Win Dierckxsens en un interesante artículo: “Según la FAO, entre marzo de 2007 y marzo 2008, el trigo ha aumentado 130 por ciento, la soya 87, el arroz 74 y el maíz subió 53 por ciento. El alza del precio de los alimentos se atribuye a una “tormenta perfecta” provocada por la mayor demanda de alimentos por parte de India y China, la disminución de la oferta a causa de sequías y otros problemas relacionados con el cambio climático, el incremento de los costos del combustible empleado para cultivar y transportar los alimentos, y la mayor demanda de biocombustibles, que ha desviado cultivos como el maíz para alimento hacia la producción de etanol. Poco y nada se habla de la especulación con el hambre.

En los últimos tiempos, el volumen de capitales invertidos en los mercados agrícolas se quintuplicó en la Unión Europea y se multiplicó por siete en Estados Unidos, según precisa Domique Baillard en “Estalla el precio de los cereales”, en Le Monde Diplomatique, en la edición de mayo pasado.

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