9.1.06

Más desastres = más pobres

En 1970, el mundo registró 78 desastres naturales que afectaron a 80 millones e infringieron daños por US$ 10.000 millones. En 2004, fueron 384, con 200 millones de víctimas y un costo de 50.000 millones. Las cifras de 2005 fueron peores.

Así se inicia un reciente análisis del economista sistémico Moisés Naím. Curiosamente, “una razón del prodigioso aumento de catástrofes es que, antiguamente, muchas no hubisen sido siquiera registradas. Aún descontando ese factor, la cantidad de inundaciones, huracanes, tifones, aludes y otros desastres naturales ha ido subiendo exponencialmente en los últimos treinta años”.

Peor aún, esos azotes comúnmente dejan cada años más víctimas y daños. También exigen mayores fondos para la reconstrucción. “El planeta –señala el experto- no sólo está sobrepoblado, sino que más gente vive en densos hacinamientos urbanos y villas miseria. No sorprende, pues, que, según la Cruz Roja Internacional, el número de personas desarraigadas por catástrofes exceda el de gente exilada por guerras.”

Mientras tanto, los presupuestos de organizaciones multilaterales, a cargo de auxiliar, atender y reinstalar gente, no han acompañado a la demanda. El Banco Mundial, una de las principales fuentes de fondos y asistencia técnica, presta hoy menos que hace diez años. “El presupuesto del alto comisionado de Naciones Unidas para refugiados aumentó 62% de 1990 a 2004. Parece generoso, pero es exiguo –apunta Naím-, considerando que, hacia 2010, 50 millones de personas serán desplazadas sólo por causas ambientales”.

Existen muchas explicaciones para semejantes desequilibrios. Pero “la más relevante se cifra es la naturaleza misma de los bienes y servicios públicos en escala global. Esta categoría define los que benefician a unas personas, sin impedir que otras participen”, un concepto casi opuesto al del sector privado. La señalización del tránsito o los esfuerzos para que la gripe aviaria no se torne pandemia son ejemplos típicos.

La oferta de “insumos” tan preciosos, aun en escala local, es problemática, en el mejor de los casos. “Como esos bienes y servicios sólo pueden ser producidos o prestados vía acciones conjuntos de muchos países o mediante organizaciones como Naciones Unidas, se incrementan las dificultades para compatibilizar oferta y demanda”.

Por supuesto, la raíz del problema es económica. “Una vez generado un bien o servicio público, es imposible para sus creadores restringir su uso; es decir, sacar utilidades. Por eso es tan dificil ‘producir’ bienes públicos. Además, sólo los estados y otras instituciones pueden proveerlos. Ello explica por qué la demanda de esos rubros tiende a desbordar la oferta. Ahora bien, cuando sucede eso en el ‘mercado’ de bienes y servicios públicos, el resultado no es inflación de precios, sino inseguridad e inestabilidad para todos”. Ciertamente, muchos problemas –crisis financieras o cambiarias, contaminación, delito organizado, terrorismo- afectan a unos países más que a otros. Pero, apunta el analista, “algunos de esos mismos problemas desbordan cada vez más las fronteras y exigen que los gobiernos actúen de consuno para afrontarlos. La Unión Europea, Estados Unidos y Japón no pudieron substraerse al SARS en 2003 simplemente aislándose”.

En otro plano, los desequilibrios económicos y financieros globales se asocian con los enormes déficit fiscal y comercial de EE.UU. También con la política cambiaria china, el lento crecimiento de la UE y los pertinaces subsidios agrícolas aplicados por norteamericanos, europeos y japoneses. Sin duda, son factores muy negativos. No obstante –concluye Naím-, empalidecen en comparación con las consecuencias de los desastres naturales o sociales que, año a año, matan millares de personas y van acercándose a las economías centrales”. El huracán Katrina y la violencia en Francia son dos ejemplos pertinentes y recientes.

Lea cómo, según Naím, Latinoamérica se transformó en la Atlántida, el continente perdido, en un artículo de Hana Fischer denominado ¿Adónde vas América Latina?.

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